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Difusión y conservación
Ramón Llull ha dejado innumerables testimonios históricos de la preocupación constante que sentía por la difusión y la conservación de su obra; de tal modo que su actitud en este punto debe ponerse en relación con la posición peculiar que él mismo ocupa en el sistema cultural de su época. Otros autores, con unos canales de divulgación de sus producciones más o menos consolidados y estables, como la corte, la universidad o una orden mendicante, manifiestan de manera menos explícita la inquietud por la pervivencia de sus textos y, sobre todo, desarrollan medios menos particulares para conseguir este objetivo.
La primera peculiaridad del plan sistemático de divulgación que Llull aplica a sus escritos es su voluntad, repetidamente expresada, de producir versiones de una misma obra en otras lenguas: explícitamente solo hace referencia a versiones en catalán, latín o árabe, pero sabemos que las promovió al menos también en occitano y en francés.
La segunda es la constitución de fondos bibliográficos de ámbito internacional que sean a la vez centros de conservación y focos de difusión. El autor anónimo de la Vita coetanea (París, 1311) concluye la obra indicando que ‘sus libros están desperdigados por todo el mundo, pero él los hizo reunir especialmente en tres lugares’. La existencia de estas tres colecciones de libros es confirmada por el testamento que Llull firmó en Mallorca el 26 de abril de 1313. Se trata del fondo de la Cartuja de Vauvert, del cual hemos conservado un inventario detallado, del que se creó en casa del noble genovés Perceval Spinola y del que había en casa del yerno de Llull, Pere de Sentmenat.
Llull también utiliza la estrategia más común en la Edad Media para la divulgación y la conservación de una obra, que es la dedicatoria a un personaje relevante y el regalo de un manuscrito digno de ser apreciado y conservado por esta persona. Son tácticas que Llull puso en práctica en diversas ocasiones: dedicó obras a reyes como Felipe IV el Hermoso, Jaime II de Aragón, Federico III de Sicilia, Sancho de Mallorca; a papas como Nicolás IV, Celestino V, Bonifacio VIII, Clemente V, etc.; hemos conservado manuscritos obsequiados al dux veneciano Pietro Gradenigo, a la biblioteca de la Sorbona, a la Cartuja de Vauvert, al noble genovés Perceval Spinola y es probable que otro dirigido al rey Felipe IV.
Lo que ha llegado hasta nuestros días de la tradición manuscrita primitiva del opus luliano es solo una pequeña parte de lo que existió. Hemos conservado una treintena de códices que podemos relacionar de forma directa o indirecta con el mismo Llull; si añadimos otros códices coetáneos que no sabemos si tienen relación con él, la cifra se eleva hasta la cincuentena. Y es que Llull estableció unos medios propios y diversificados de producción de manuscritos y los promovió de forma intensa y extensa.
El estudio material de estos manuscritos conservados revela unas determinadas opciones de formato y de disposición de la página que se repiten con regularidad; se trata de un tipo de códice que hay que relacionar con el libro de estudio universitario. La opción por un determinado modelo librario es el final del proceso de composición de una obra y la primera de las estrategias lulianas de difusión.