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Escolástica y Universidades

Los catalanes alfabetizados de los siglos XIII al XV se convirtieron en usuarios de la escolástica, nombre que designa la sistematización orgánica de los conocimientos filosóficos y científicos heredados de los griegos a través de los árabes y repensados desde la teología, que se enseñaba en las universidades. Desde los tiempos de Boecio (480/490-525), traductor de una parte de las obras de Aristóteles, los intelectuales europeos no habían tenido la oportunidad de ampliar las bases técnicas de la información de que disponían para interpretar la sagrada Escritura y el universo físico. Los traductores del siglo XII hicieron llegar los primeros textos que habían de revolucionar el saber. En el siglo siguiente los traductores aprendieron griego. La recuperación de la filosofía y de la ciencia antiguas (1150-1270) es una aventura intelectual capitalizada por los centros del saber del Norte de Europa, que pasará a ser patrimonio común a partir de la divulgación de las grandes síntesis teológicas y enciclopédicas de la segunda mitad del siglo XIII elaboradas por los mejores maestros, como los dominicos san Alberto Magno (1200-1280) y santo Tomás de Aquino (1225-1274), o los franciscanos san Buenaventura (1221-1257) y Duns Escote (1266-1308).

Gerardo de Cremona, que murió en Toledo en 1187, tradujo del árabe obras lógicas y físicas de Aristóteles, comentarios antiguos y textos médicos y astronó­micos, árabes y griegos. Roberto Grosseteste, canciller de Oxford y obispo de Lincoln, fallecido en 1253, realizó versiones de textos aristotélicos sobre ética y muchos comentarios antiguos; a Guillermo de Moerbeke (1215-1286), un dominico flamenco, se atribuye la nueva traducción del corpus completo de Aristóteles.

Las universidades nacieron del corporativismo profesional de maestros y estudiantes, aunque algunas fueron fundadas por la Santa Sede o por algunos monarcas. Bolonia, especializada en derecho, funcionaba desde mediado siglo XII, pero los centros más innovadores son de principios del XIII: París (1200), Oxford y Montpellier (1220), Padua y Nápoles (1224), Cambridge (1225), Toulouse (1229), Salamanca (1230). La vida universitaria estaba animada por intensas polémicas (condena del aristotelismo, clérigos regulares contra seculares, dominicos contra franciscanos, discusión sobre el averroísmo), lo cual no impidió que sus productos intelectuales se impusieran en todos los niveles de la vida social.

Las facultades superiores (teología, derecho, medicina) preparaban, por un lado, a los profesionales de la ciencia revelada, la mayoría de los cuales se dedicaba a la enseñanza y a la carrera eclesiástica; por otro, proporcionaban el derecho a ejercer a los juristas y a los médicos (estos no pertenecían necesariamente al clero). El plan de estudios respondía a los estatutos de cada centro y se articulaba en varios niveles (bachiller, licenciado), que podían culminar con el doctorado en teología. La enseñanza se basaba en el comentario por parte del maestro de unos textos canónicos (lección) y en la discusión pública (disputación). En los siglos XIV y XV las universidades se multiplicaron, desde Portugal (Coimbra, 1308) hasta Escocia (St. Andrews, 1413) o Polonia (Cracovia, 1397). La monarquía apuesta por la oficialización de la cultura de las universidades en Cataluña: en el año 1300 Jaime II (1291-1327) promovió la fundación de un centro de estudios superiores en la ciudad de Lérida, situada en el centro de las tierras de la Corona de Aragón. Los otros centros universitarios de la Corona de Aragón son: Perpiñán (1349), Huesca (1354), Gerona (1446), Barcelona (1450), Zaragoza (1474), Palma (1483).

Como había hecho setenta años antes Federico II Staufen, cuando patrocinó la Universidad de Nápoles, el monarca catalán manifiesta en el acta de esta fundación que quiere evitar que sus súbditos vayan mendigando el saber en tierras forasteras: las nuevas facultades de artes, de medicina, de derecho y de teología han de dotar al país de élites cultas de formación autóctona, homologables con las que salen de París, Oxford o Bolonia. La Universidad de Lérida tardó mucho tiempo en funcionar a pleno rendimiento y nunca absorbió a todos los estudiantes catalanoaragoneses, que continuaron viajando más allá de las fronteras durante toda la Edad Media. La escasez de los recursos económicos de la nueva fundación (sobre todo al principio), la competencia de las Universidades de Montpellier (ciudad que formó parte de los dominios aragoneses hasta el año 1344) y de Toulouse, el dinamismo de los estudios de los conventos franciscanos y dominicos, y las iniciativas municipales (los Fueros de Valencia de 1246 preveen escuelas), deslucieron el liderazgo académico de la Universidad de Lérida.

La escolástica llevó a término un esfuerzo de sistematización del saber comparable al de la moderna informática. A parte de los pensadores de altos vuelos intelectuales, los siglos XIII y XV produjeron, en efecto, una legión de profesionales de las letras, trabajadores y disciplinados, que elaboraron obras de consulta que, multiplicadas más tarde por la imprenta, se mantuvieron en uso hasta el siglo XVIII: concordancias de la Biblia, enciclopedias de tema natural o histórico, compilaciones de sentencias de los padres y de los doctores de la Iglesia y también de los autores clásicos, colecciones jurídicas. Las tablas alfabéticas y los índices de materias facilitaban la consulta de estos volúmenes.

Los usuarios más asiduos de estos materiales eran los clérigos que tenían la obligación cotidiana de comentar la doctrina cristiana: los predicadores. En efecto, para elaborar un sermón hace falta localizar con rapidez y seguridad un conjunto de datos autorizados que combinen frases de la Sagrada Escritura con los contenidos de la teología y de la filosofía moral. La escolástica dotó, además, a los predicadores de unas herramientas especializadas (colecciones de ejemplos, repertorios de sermones célebres, tratados sobre la retórica del sermón) que, a la larga, contribuyeron eficazmente al acceso de los laicos a los contenidos del saber de las universidades.

El Arte de Ramón Llull fue concebida en la época de oro de la escolástica por un pensador que no había recibido una formación académica, pero que disponía de los instrumentos de acceso al saber del mundo universitario (enciclopedias, tratados de teología, medicina, derecho, repertorios diversos) y que había vivido en ciudades universitarias como Montpellier o París. Que el Arte sea entendida como un saber global único, una ‘scientia universalis’, muestra a la vez las deudas de Ramón con la escolástica y el abismo que separa los dos sistemas.

Véase: Ruiz Simon, Josep Maria, L’Art de Ramon Llull i la teoria escolàstica de la ciència (Barcelona: Quaderns Crema, 1999).