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Política

Llull era perfectamente capaz de comprender la realidad del mundo en que vivía. Llull, aunque a la inversa que los teóricos más ‘secularizados’, como por ejemplo Pierre Dubois, daba al papado el control de las cruzadas que proponía, sabía muy bien que una cruzada era imposible sin la cooperación de los príncipes cristianos. Era realista en la elección que hacía de sus patrones seculares. No se dirigió nunca a los emperadores ni a los pretendientes del imperio alemán. En cambio, recurrió a las repúblicas marítimas italianas y, sobre todo, a los reyes de Francia y de Aragón. La ayuda de estas potencias era indispensable para una cruzada y para la conversión del Islam. La atención de Llull oscilaba entre Francia y la Corona de Aragón. Pese a sus orígenes catalanes, era por Francia que manifestaba una preferencia más profunda.

De 1309 a 1311, Llull apoya las pretensiones francesas con respecto al imperio bizantino. De manera sorprendente, apoya también la supresión de los templarios ―y en este punto no coincidía precisamente con los mejores pensadores de la época. En una serie de tratados dedicados a Felipe IV, el Hermoso, (escritos en París en 1309-1311), reconoce de una manera clara no solo la preeminencia de Francia en Occidente, sino también el derecho del rey a intervenir en los asuntos eclesiales como ‘doctor fidei christianae’ (‘doctor de la fe cristiana’). Solicitó también la ayuda de Felipe contra el averroísmo en la Universidad de París. No solamente quería que Felipe, de acuerdo con el papado, fundara colegios para la enseñanza de las lenguas orientales, sino que fusionara las órdenes militares existentes en una sola, ‘quia rex est defensor fidei’ (‘porque es rey y defensor de la fe’). Llull intervenía en cuestiones candentes y sus opiniones tenían en cuenta ―de una manera muy rápida e inmediata― el cambio considerable que se había producido en la cristiandad simbolizado por la translatio del papado de Roma a Aviñón. Este realismo dio sus frutos. Llull recibió de Felipe el Hermoso un documento donde se le calificaba como ‘vir bonus, justus et catholicus’ (‘hombre bueno, justo y católico’), un testimonio muy útil si se tienen en cuenta las críticas formuladas contra Llull por un teólogo tan influyente en la Curia como Augustinus Triumphus. También es muy probable que la influencia francesa fuera la causa del canon XI del Concilio de Vienne, que fundaba cátedras para la enseñanza de las lenguas orientales a los futuros misioneros en algunos centros. Era el cumplimiento de una de las peticiones más constantes de Llull.

Las relaciones entre Llull y la corte de Francia no impedían contactos con los soberanos de la dinastía de Barcelona. Sin perder nunca de vista los objetivos que se proponía, Llull sabía variar los medios a emplear. En 1305 presenta a Jaime II de Aragón su obra más importante sobre la cruzada, el Liber de fine, que también hace llegar al nuevo papa Clemente V. Hasta su muerte, Llull está en contacto con Jaime II.

Fuente: Hillgarth, J.N., “Raymond Lulle et l’utopie”, Estudios Lulianos 25 (1981-1983), pp. 176-177.

Llull, con todo, conoció más fracasos que éxitos. Si se piensa en sus largas visitas a la Curia bajo cinco pontífices, en sus llamadas a los capítulos generales de franciscanos y de dominicos y a toda una serie de reyes y de repúblicas, los resultados fueron relativamente reducidos. Todo lo que se puede mencionar es la fundación de un colegio para misioneros en Mallorca (una fundación que no duró: Miramar), el permiso personal para predicar en las sinagogas y las mezquitas de la Corona de Aragón, y su influencia en el canon XI de Vienne, un decreto que solamente se ejecutó muy parcialmente. El voto de Felipe el Hermoso en Vienne de encabezar él mismo una gran cruzada, tal y como Llull había soñado, no se llevó nunca a la práctica.

Si examinamos las obras de Llull, veremos que él mismo era perfectamente consciente de su falta de éxito. En 1314, en Sicilia, dos años después del fin del Concilio de Vienne, Llull decide no reanudar la rueda de visitas que había hecho a menudo a la corte de papas y de reyes. Veía muy claro que había obtenido muy poco de todo ello y dice en el Liber de civitate mundi ‘muchas veces ha sido burlado, golpeado y tratado de phantasticus’. Pero no se desesperaba. Retornó al norte de África por tercera vez para ver si podría ‘ganar a los sarracenos para la fe católica’. La elección de Túnez no era una extravagancia, como podría parecer. Veintiún años antes, en 1293, Llull había sido expulsado de la ciudad, pero ahora Túnez tenía un príncipe que dependía en parte de los auxilios catalanes y que hacía promesas de conversión a Jaime II de Aragón. Por otro lado, al pasar de Sicilia a Túnez, en el que probablemente sería su último viaje, tenía cartas de recomendación de Jaime II; tenía alrededor de 84 años.