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Desengañado
Llull conoció más fracasos que éxitos. Si se piensa en sus largas visitas a la Curia bajo cinco pontífices, en sus llamadas a los capítulos generales de franciscanos y de dominicos, y a toda una serie de reyes y de repúblicas, el resultado fue relativamente escaso. Todo lo que se puede mencionar es la fundación de un colegio para misioneros en Mallorca (una fundación que no duró: Miramar), el permiso personal de predicar en las sinagogas y en las mezquitas de la Corona de Aragón, y su influencia en el canon XI del Concilio de Vienne, un decreto que solo se ejecutó muy parcialmente. El voto de Felipe el Hermoso en Vienne de encabezar él mismo una gran cruzada, tal y como Llull había soñado, no se llevó nunca a la práctica.
Si examinamos las obras de Llull, veremos que él mismo era perfectamente consciente de su falta de éxito. En 1314, en Sicilia, dos años después del fin del Concilio de Vienne, Llull decide no volver a empezar la rueda de visitas que había hecho a menudo a la corte de papas y de reyes. Veía muy claramente que los resultados obtenidos habían sido muy escasos y, según dice en el Liber de civitate mundi refiriéndose a él mismo, ‘muchas veces ha sido burlado, golpeado y tratado de phantasticus’. Pero no se desesperaba. Volvió al norte de África por tercera vez para ver si podría ‘ganar a los sarracenos para la fe católica’. La elección de Túnez no era una extravagancia, como podría parecer. Veintiún años antes, en 1293, Llull había sido expulsado de la ciudad, pero ahora Túnez tenía un príncipe que dependía en parte de los auxilios catalanes y que hacía promesas a Jaime II de Aragón de convertirse. Por otro lado, al pasar de Sicilia a Túnez, en el que probablemente había de ser su último viaje, llevaba cartas de recomendación de Jaime II; tenía alrededor de 84 años.