Pasar al contenido principal

El Arte y la informática

Entender que el Arte es una creación epistemológica técnicamente relacional, basada en las parejas y las ternas, sitúa en el lugar que le corresponde el papel que ejerce en ella la combinatoria como tal, a la cual, desde la lectura que Leibniz hizo de Llull (Dissertatio de arte combinatoria, 1666), se ha otorgado un protagonismo excesivo. Llull, concretamente, plantea en las Artes de la segunda fase, además de una media matriz de adyacencia con 36 combinaciones ―sin repeticiones― de nueve elementos tomados de dos en dos (es decir, la tercera figura), una tabla de combinaciones ternarias en la cuarta figura. Esta tabla presenta variaciones de tres elementos tomados de tres en tres, en orden cíclico y sin repeticiones, con el resultado de 252 ternas posibles. Los recelos clásicos de F. Bacon y R. Descartes o de los historiadores de la lógica y de la matemática de los siglos xix y xx (K. Prantl, D. Michie, M. Gardner) ante el Arte de Llull, de los cálculos que implica y de las aplicaciones que genera, a menudo dependen de una información parcial y desenfocada sobre los propósitos precisos de Ramón.

Que el Arte puede ser integrado en el horizonte teórico de la informática quiere decir que puede ser traducido al lenguaje computacional. Bonner apunta que el sistema de argumentación del Arte presenta alguna similitud con el método de prueba llamado de los ‘tableros’ (‘tableaux’) y con el lenguaje lógico Prolog que está asociado a él. Para T. Sales hay diez componentes en el sistema luliano que pueden ser integrados en el mundo de los conceptos informáticos: desde la idea de ‘calcular los resultados’ del razonamiento lógico, ya explorada por Leibniz, a la de un ‘alfabeto del pensamiento’, interpretada matemáticamente por George Boole a mediados de siglo xix, a la de un método general, que sea heurístico y deductivo, al análisis lógico, a la noción de un sistema generativo, a la operación a través de diagramas, o a la teoría de los grafos que ordena las figuras triangulares del Arte.

Véase: Werner Künzel y Heiko Cornelius, Die «Ars Generalis Ultima» des Raymundus Lullus. Studien zu einem geheimen Ursprung der Computertheorie(Berlín, 1986; 5a ed. 1991), 102 pp. Ton Sales, “La informàtica moderna, hereva intel·lectual directa del pensament de Llull”, Studia Lulliana 38 (1998), pp. 51-61.

Todo el mundo sabe que la informática se asienta sobre esta doble base: la idea de un cálculo lógico y su ulterior automatización. Ahora bien, ambas cosas forman parte, aunque de una manera un poco rudimentaria, del proyecto de combinatoria que constituye un elemento básico del Arte luliana. El intento de Llull pasó después a Leibniz. Su famosa Dissertatio de arte combinatoria, nacida del Ars magna y de sus principales comentadores, comporta un cambio de perspectiva decisivo en el enjuiciamiento del pensamiento de Llull. Leibniz es el primero en darse cuenta de las posibilidades de futuro que aquel contenía. El pensador alemán se apropia de la idea luliana de un ‘alfabeto del pensamiento humano’ que funcione, por decirlo así, automáticamente, mediante la combinación de letras, y la relaciona con su propia idea de una ‘mathesis universalis’, es decir, de una lógica concebida como una matemática generalizada. ‘Según esto —escribe Leibniz— cuando surja una controversia, no habrá ya más necesidad de discusión entre dos filósofos de la que hay entre dos calculadores. Bastará con coger la pluma, sentarse y decirse el uno al otro: ¡calculemos!’. El Arte luliana es interpretada, pues, por Leibniz como un tipo de pensamiento automático, una especie de mecanismo conceptual que, una vez establecido, funciona por él mismo. Este automatismo conceptual fue largamente acariciado por Leibniz, el primero en plantear, después de Pascal, una máquina de calcular que realmente funcionara.

Fuente: Eusebi Colomer, “De Ramon Llull a la moderna informàtica”, Estudios Lulianos, 23 (1979), pp. 113-135. Reproducido también en: Eusebi Colomer, El pensament als països catalans durant l’Edat Mitjana i el Renaixement (Barcelona: Institut d’Estudis Catalans - Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1997), 288 pp.