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Mística luliana
El Arte era al mismo tiempo un arte de conversión y de demostración, y un arte de contemplación. La mística luliana, del Libro de contemplación al Arte de contemplación, desarrolla el segundo aspecto del Arte y es básicamente un método de orar y contemplar, cuyo fundamento es la teoría de las dignidades divinas: se trata de considerarlas en su mutua circularidad, las unas en las otras, en la medida en que son una sola cosa entre ellas y con Dios. En el Libro de amigo y amado y en el Árbol de filosofía de amor se añade una bella y sutil doctrina del amor. ‘Di, loco, ¿qué es el amor? Respondió que el amor es aquello que a los libres hace siervos y a los siervos libera. Y se discute de cuál está más cerca el amor: de la libertad o de la servidumbre’ (versículo 287). ‘Entre el temor y la esperanza se ha alojado el amor, donde vive de pensamientos y muere de olvido...’ (versículo 17).
La mística luliana se apoya en el conocimiento, pero culmina en el amor. La memoria, el entendimiento y la voluntad, siempre en juego, son el centro de la acción del amigo y, en él, también del amado. El entendimiento y la voluntad, la ciencia, la ‘amancia’ ―un término de nuevo cuño que Llull contrapone al de ‘ciencia’ y con el que expresa su concepción teoricopráctica del amor― se complementan dialécticamente, pero las dos primeras se ponen al servicio de las dos segundas. En las ‘carreras’ del amigo hacia el amado intervienen a la vez el entendimiento, que prepara el camino, y la voluntad, que lo lleva a cabo: ‘Preguntó el amigo al entendimiento y a la voluntad, cuál estaba más cerca de su amado. Echaron ambos a correr, y el entendimiento llegó antes a su amado que la voluntad’ (versículo 19). A la inteligencia corresponde, pues, la manuducción hacia Dios. Pero una vez ha conducido el alma al umbral del misterio divino, el entendimiento se retira y deja paso a la voluntad. Entonces cesa el discurso y queda solamente el amor. ‘Iluminó el amor la nube que se interponía entre el amigo y el amado, y la hizo clara y resplandeciente como la luna de noche, o el lucero del alba, o el sol a pleno día, o el entendimiento en la voluntad. Y a través de esa nube luminosa se hablan el amigo y el amado’ (versículo 118).
La contemplación de las criaturas tiene en la mística luliana un papel más bien secundario. Ciertamente, creadas a imagen de las dignidades divinas, las criaturas significan las perfecciones del Creador. Pero el espíritu no debe detenerse en ellas, sino que debe esforzarse en dejarlas atrás y elevarse hacia Dios: ‘Vio el amigo una bella flor que había creado su amado, y dijo a la flor que su belleza lo llevaba a pensar en la belleza de su amado; y por eso la flor dijo al amigo que no tenía grandes pensamientos ni duraderos hacia su amado, pues aquel que tiene grandes pensamientos de amor es el que piensa simplemente en el amado, según las condiciones del amado, y la naturaleza y la esencia del amor’ (Árbol de filosofía de amor).