Pasar al contenido principal

Poesía trovadoresca

La mitad meridional de la Francia actual, en la alta Edad Media, hablaba los diversos dialectos nacidos del latín (gascón, lemosín, auvernés, lenguadociano, provenzal), que constituyen la lengua occitana. Este idioma románico fue el vehículo de la primera poesía de elevada ambición que conoció la Europa occidental. Llamamos poesía trovadoresca a la lírica cortesana producida en estos territorios en los siglos XII y XIII para uso de la nobleza: los trovadores eran los compositores de la música y los autores de los versos; los juglares, los profesionales de la ejecución. La proximidad entre el occitano y el catalán facilitó la incorporación de los poetas de la Corona de Aragón al nuevo estallido musical y literario, que también arrastró adeptos en el Piamonte, en la Liguria y en la Lombardía. El primer conde de Barcelona y rey de Aragón, Alfonso (1162-1196), que también fue marqués de Provenza (1166), tuvo intereses políticos en Occitania y fue uno de los grandes patrocinadores de la poesía de corte. Los primeros literatos catalanes en lengua vulgar son de mediado siglo XII y, educados en una tradición musical y literaria reciente y en expansión, expresan en occitano su competencia como creadores de nuevos productos (Berenguer de Palou, Ponç de la Guàrdia, el mismo rey Alfonso, Guillem de Berguedà, Hug de Mataplana, Guillem de Cabestany, Ramon Vidal de Besalú). La casa real catalana protegió a los trovadores y a los juglares durante todo el siglo XIII, hasta los tiempos de Ramón Llull, que fue contemporáneo de Cerverí de Girona (1258-1285), poeta áulico de Jaime I y de Pedro el Grande.

La poesía trovadoresca tiene una vertiente política y guerrera, que se expresa en el género del ‘sirventés’ y una amorosa, que da vida a la ‘canción’, el ‘alba’, la ‘pastorela’ y la ‘danza’. El discurso sobre el amor de los trovadores está regido por un código preciso. Se trata de evocar en primera persona los efectos, generalmente dolorosos, de una dedicación absoluta del enamorado al cultivo de su pasión por una dama de difícil acceso, vista como social y moralmente superior. Escribir sobre el amor en estas condiciones implica una rígida escala de valores y una educación sentimental: el servicio y la sumisión a la dama (desinteresados y totales); el secreto del amor (la dama está casada y conviene evitar las iras del marido, el ‘gilòs’, y las delaciones de los aduladores, los ‘lausengiers’); el martirio silencioso del enamorado (si es necesario hasta la muerte); la esperanza del ‘joi’ (el premio de naturaleza sexual, pero nunca explicitado en la poesía elegante, que produce la felicidad); la petición de ‘mercè’ (piedad); la excelencia extrema de las cualidades de la dama (recuerdan la unicidad de las de la Virgen María); el prestigio social que se deriva de cultivar un amor de este tipo. Se llamaba ‘fina amor’ (amor fino, fiel o auténtico, modernamente también se conoce por ‘amor cortés’) a este conjunto de convenciones, a las que debe añadirse la presencia de una melodía que capacitase los versos para la transmisión cantada.

Ramón Llull explica en el Libro de contemplación y en la Vita coetanea que, antes de la conversión, había sido trovador. No nos ha quedado ninguna muestra de esta actividad de juventud: solo la radical condena de que la hizo objeto. La finalidad mundana de la poesía trovadoresca es vista como diabólica: excitar a los hombres a matarse entre ellos y a las mujeres, literalmente, a la ‘putería’. El amor idealizado de la lírica es para Ramón tan solo sucia lujuria, y los trovadores (él siempre los llama juglares, degradándolos), personajes siniestros y peligrosos. Ramón, aún así, de acuerdo con una tendencia bien conocida de la poesía trovadoresca del siglo XIII, supo recuperar para la primera ‘intención’ (que es amar, alabar y servir a Dios) las técnicas retóricas y prosódicas de la lírica. Así, en el Libro de Evast y Blaquerna (1283) encontramos una canción a la Virgen María y un poesía-plegaria. También se inventó la figura del ‘juglar de valor’, el trovador que renuncia al mundo y a sus vanidades y exalta la Verdad. Llull se consideraba a sí mismo un ‘juglar de valor’ y un ‘trovador de libros’.

Más tarde escribió un Llanto de la Virgen al pie de la cruz, y los Cien nombres de Dios y la Medicina de pecado, donde las formas métricas están al servicio de la divulgación teológica. El valor nemotécnico del lenguaje versificado sirvió para que Llull diera forma métrica a un tratado de lógica (recurso conocido en la Edad Media), la Lógica de Algazali. Donde Ramón fue más creativo y original, sin embargo, fue en la utilización propagandística de la poesía, con un uso personalizado del espíritu del sirventés para presentar al personaje de ‘Ramón’. Así, el Canto de Ramón (1300) es una autobiografía en verso que solicita la adhesión del lector a la causa del autor. El Desconsuelo (1295) es un trabajado debate entre Ramón y un ermitaño, primero reticente y después entusiasta, a propósito del programa artístico del primero. El Concilio (1311) es una aportación a la unión de la Iglesia en torno a la noción de cruzada.

Véase: Ramon Llull, Poesies, ed. Josep Romeu i Figueras (Barcelona: Enciclopèdia Catalana, 1988); y Martí de Riquer, Història de la Literatura Catalana(Barcelona: Ariel, 1984), vol. II, 326-336.

Acceda al texto completo de las trece composiciones poéticas de Ramón Llull (autor 89).