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El personaje de ‘Ramón’
El ex trovador Ramón Llull, tras su conversión, renegó de su figura mundana de cantor del amor carnal. La vergüenza y la humildad hicieron que ocultara la propia identidad en sus primeros escritos. Así, en el prólogo del Libro de contemplación (1273-1274), declara que omite su nombre para atribuir el libro a Dios. De todas maneras, el penitente Ramón no se abstiene de explicitar sus errores de conducta, con el fin de ‘mejor figurar’, es decir embellecer, la prosa que escribe: cuando confiesa que ha sido un juglar malencaminado, cuando afirma que la belleza de las mujeres ha actuado en él como un veneno, cuando se acusa de haber olvidado el amor a Dios.
Algunos personajes de ficción del Libro de Evast y Blaquerna (Montpellier, 1283) y del Libro de maravillas (París, 1288-1289) presentan rasgos que Ramón podía haber destilado o fabulado a partir de su propia experiencia. En cualquier caso, el personaje de ‘Ramón’ no es un ente de ficción, sino el resultado de una construcción autobiográfica perfectamente controlada. La dedicatoria de un manuscrito del Arte demostrativa, copiada en 1289, empieza: ‘Ego, magister Raymundus Lul, cathalanus, transmitto et do istum librum...’. Obras como el Desconsuelo (1295), el Canto de Ramón (1300), la Vita coetanea y el Fantástico (1311) glosan el currículum del donador de este códice desde una perspectiva decididamente promocional y propagandística.
El paso de las Artes de la primera fase a las de la segunda representó una alteración profunda en los procedimientos lulianos de ofrecer al mundo la propia imagen. Hacía falta explicitar en qué consistía su ‘autoría’, puesto que la osadía y la ambición del Arte como sistema de pensamiento podían ser entendidas como un acto ilícito de presunción intelectual. Llull nunca dejó de ‘atribuir’ a Dios su Arte. Según nos dice, en efecto, esta le fue dada graciosamente el 1274, cuando se había retirado a la vida contemplativa en lo alto de la montaña de Randa: la iluminación es la experiencia fundamental del personaje de ‘Ramón’, tal y como la reporta la Vita coetanea.
A partir de la década de los noventa el beato quiso que su público lo identificara con un intrépido luchador del ideal, que tras treinta años de vida estéril, ya había dado treinta más al servicio de Dios escribiendo libros sobre los errores de los infieles, haciendo gestiones para la formación de un cuerpo de predicadores, dando buen ejemplo a los demás. ‘Pobre, viejo y despreciado’, ‘sin ayuda de nadie’, el personaje de ‘Ramón’ se rebela contra la incomprensión de que es objeto, para convencer al público de la bondad del propio programa. La ecuación que identifica a Llull con su Arte, el personaje y la obra, nos la proporciona el mismo beato a través de la imagen que nos ha transmitido de él mismo: todos sus lectores somos prisioneros de ella y, si no queremos apartarnos de la literalidad de lo que escribió ni de la historicidad estricta, no tenemos más remedio que aceptar los perfiles de su yo consagrado a la causa de Dios.